Ir al contenido principal

Entradas

  El poema revela la forma deliberada. De hojas de árbol un rostro. Flores en la mesa son su sombra.   14032024: Otro día de la poesía, que es todos los días
    De la montaña de cosas cojo un sombrero.
 Mar de Tinta   La ola llega a la orilla, para hacer el mar. Escribir es un mar blanco sobre la mesa del almuerzo. La mirada siempre puesta en la marea. Para: "El mar", Menundencias III Sala de arte Bronzo. Foto, Raúl Santana.
 "Ay, ese niño, que me mira fijo, cómo me juzga por lo que no he sido".  Luis Feria Soy una niña y estar despierta es el poema. Ser una niña y estar despierta es el poema.
 Que lo de la cabeza se parezca a lo escrito. Que lo escrito desaparezca de la cabeza.
  Mi madre me mira a los lados   Vigila qué va a suceder en mis márgenes, como si buscara en mis costados la sombra de su evidencia. Ella dice que yo sé cuándo una se está yendo. Podría estar escrito en la orilla de tu cuerpo.   Dice que su cama por la noche avanza. De una esquina a otra de la habitación, una puerta. Mientras opinamos dónde abre la puerta. La llave la busca a Ella .   Como si quisiera retener cada partícula. Cada brizna de hierba, en sus ojos, es una montaña. Donde a la hora de la merienda, un día, tal vez se abrirá la puerta. Podría estar escrito en el borde del poema.    "Otro lado"
    Dime tus leyes, para saber qué es trasgresión. Duermo con el único propósito de reconocer al material, saber con qué tejido cose la naturaleza.  Si no duermo no hay sueño.   Foto, Daniel Mordzinski, 2022.  
Sobrevive el misterioso juego, sobremesa natural con esferas que giran, también naranjas con ombligo, en una cesta de fruta, bolitas de pan que vibran y tiemblan. Forman bajo el dedo, en cada almuerzo, redondas e infinitas, formas de pan, apetito de amor, voces que se reconocen, voces que  explican la redondez de los recuerdos.
Que habla con el vientre Cuando te falta infancia, te sobran ganas de jugar. Me habita. Soñar con ella no me basta.   Con la boca del estómago, a veces habla.
Cuando escribo, no estoy sola, me acompañan ellas, las que escribieron. A pesar del tiempo, en una habitación propia, la campana de cristal sigue asfixiándonos. Escribir es el único lugar, lo demás es ilusión y condescendencia. Al escribir respiramos: Sylvia Plath, Violette Leduc, Emily Dickinson, Simone Weil, Virginia Wolf, Josefina de la Torre, Olga Rivero Jordan, Wislawa Symborska, Pino Ojeda, Mercedes Pinto, Emilia Pardo Bazán, Lucia Berlin, Natalia Sosa Ayala, Marina Tsvietáieva, Carmen Laforet... Cuando escribo, recuerdo sus caras y levanto la mía.
  Mar negro La última vez que visitó a su madre, en Europa no había guerra. Una vez por semana la visitaba y luego tomaba café, en el bar que explotó de madrugada. Se salían del televisor los tanques y la sangre, que se extiende, como lo hacen la incredulidad, el terror y la desesperanza.  No podemos ser nosotros los que explotamos, gritaba. Recordó la última vez que vio el mar, cuando subió a la azotea, tan solo hace una semana. Desde su azotea veía el mar muy cerca. La última vez, que visitó a su madre, tomó una instantánea.   Foto: Black Sea. Nasa, 2004.
  Escribir es la amiga que no deja de serlo. Estiro las ideas, para que tomen la curva. La respiración es el manual de vuelo.
    La mano de Doce La mano no pertenece al cuerpo, pertenece al gesto de la palabra. Una mano de cuadro prerrafaelita, que otorga en este momento a los detalles, refinamiento, tono y espejismo y el mismo valor al mecanismo simbólico primero, que a cada palabra tratada con su exactitud. Una mano limpia, que parece que habla. En una mano, casi todas las palabras puras. Casi todas las puras palabras, en su mano. En medio de los comensales, detrás de una ventana que se abre, fulgura una angelical y marmórea luz, que no se apaga. Bendice la mesa con palabras.    (Éramos trece y no en la última, sino en la primera cena) Foto: Captura de la mano, foto de Isidro Hernández, 2022.
  Una no está sola, se tiene en la cara y en las manos que la lavan. Una. Foto, Anselmo Hernández, 1989.
        De una vida propia Lo que transcurre en la mente camina por el brazo, para encontrar la tinta que del bolígrafo brota. Cartas y poemas son surcos, con chispas azules o negras, de la pluma que detona. Muchas veces exploté. Una echa de menos la intuición del yo verdadero.
  Con el propósito de darme caza, las palabras evolucionan. Un precipio tras su borde. Lo que quiero ser, escribo. Hay palabras que vuelan.
 Naranjo en flor El sentido estético de la persona enterrada asume la forma de la piedra de su tumba. Yasunari kawabata.  Los samuráis escribían un haiku antes de morir. Eras un guerrero, pero te fuiste sin hacerlo: Naranjo en flor.  Abono de ceniza.  Tú permaneces.
  Los libros son personas que hablan. Escucho lo que tienen que decir, para saber qué tengo que decir yo.
      Decimos que las cosas tienen vida propia, porque cada cosa se toma su tiempo para encontrar su sitio.
  Esa hora, en la que la noche se crece a media tarde, parece que va a derramar, para siempre, la noche.
 Sobre la mesa del almuerzo, escribir es un mar blanco. Desaparezco en la ola de la hoja.
 Dijo que el miedo también era esto. Grabó la emoción junto al paisaje.
  Fue durante la noche, que se deshizo la rosa. Sobre la grava negra, amarillo es el amanecer de su muerte.
  El lugar de un poema lo ocupa un volcán. El ladrido de un perro junto al silencio de la noche. El olor a café, la hora del almuerzo, una puerta que se vence. Era temprano, domingo por la mañana y se abrió la tierra. No estaba allí, pero como si estuviera. Mi alegría se precipitó espesa y negra como la lava incandescente que todo lo niega.          
 Callada en todas partes menos en el poema. El único lugar donde habla el silencio.
    La memoria es una montaña al final de la calle, la silueta extendida de una que despierta la colina de la infancia. Pero los recuerdos, suspendidos en el aire, solo son esta breve imagen que fijo, como los elementos y líquidos de una primitiva fotografía.  
  Ha entrado en erupción el televisor. Un volcán flamea en la pantalla. Cada llamarada, una cara, como un ser mitológico de múltiples caras. Fuerza que ruge en su avance y engulle todo con lo que se topa. Lenta, pero implacable, no sabemos si piensa, si es consciente de su torpe travesía, la lava. Crepita la forma original del miedo. Tremor de otra época, antigua y primera, terror a la montaña de fuego. Luego vendrán las historias, pero el impacto inicial es un choque tectónico, entre capas de tiempo, como si se escapara, del origen, la imagen del primer sueño. Apago el televisor para dormir al dragón. En una pequeña pantalla de la mente fulgura la pesadilla. 
  El estómago del cuaderno.
 El cuerpo se queda atrás cuando me muevo. ¿Quién es la que se mueve si no hay cuerpo? Es una jaula, no el cuerpo, sino la cabeza que lo piensa. Morir, pero no de cuerpo.
  Los trozos del jardín. Mapa de lo que pienso sobre el jardín.
  Aquí quedó aparcado este poema, desde el tiempo en que escribía lo que ahora niego. La otra, que vive mientras y me conoce, no sabe cómo poner fin.   FIN
Corazón roto Para no seguir el hilo de los acontecimientos, con la mirada sigo el camino de una ranura de la pared que, como orografía de una pena, sigue el mismo trayecto.  
 El poema condiciona la verdad del paisaje, antes solo era espacio. Sobre cada fragmento de la apariencia, la túnica que cubre lo puro.
  Posar un plato bajo el árbol. El agua, de la naturaleza, su idioma. El mirlo lo comprende y se baña, libaciones de la mañana.
  Materia prima. Cuerpo de árbol. Espejo de la palabra. Los pensamientos son los surcos donde luego camina el gesto.
  Un bosque ha de surgir para internarse y nublar el bosque de mis pensamientos. Contra ellos lo vegetal progresará hacia el cerebro como si plantase palabras y les cortara el aire.
No puedo salir a buscarte, pero todo lo que vuela regresa.      
 No hay plumas sin aire. Dos mirlos pelean sobre el territorio, uno muere en el jardín, cuatro plumas recojo, pero en el asfalto, alguien me mira desde un balcón, no es una adivinanza, soy nueva en el barrio, cuando llegué el mirlo ya vivía aquí. Desde la acera fotografío lo que no puedo compartir, le escribo estas líneas.
 LLuvia Bajo el árbol yo soy árbol también, con el agua me enramo.  Luis Feria  Ser naranjo. Foto: Teresa Arozena, 2007.
        Aquí me quedo El poema nace en la mañana que mira a la ciudad para inventarla. Reposa en la figuración. En la membrana de escribir el caudal nuevo. Escribir es la causa de esta casa en cuya puerta digo: Desde aquí vuelo.
 Muéstrame todo No hay lienzos o telones en su mirada. Porque recuesta antes que el cuerpo la cabeza y así ajusta la parábola. Acuerdos como atajos para acceder al ánimo.
 En casa tenemos un cuadro en el que vivimos.
                                                                                              (Descarte de una sesión fotográfica, con Carlos Schwartz).   (Filtro ave. Birdface. Transmutación. Simulo que vuelo) Detrás de una idea siempre hay un mirlo.                                                                                                                                                                                                                                               
 Y entonces los días se parecieron unos a los otros como un largo y único día.  Para andar entre libros con vistas a una misma. Pueden ser muchas la misma, también nada, animal o página que camina.
  Los objetos son cicatrices en la nada que coloco en orden para descifrar las maniobras que hace el cuerpo. A la hora del pájaro está servido el té.
  Es una jaula, no el cuerpo, sino la cabeza que lo piensa.
Contemplar el vuelo de los pájaros desde un descampado es (levantar) un templo.

Renacimiento 1

Al atardecer la luz me recuerda quien soy.

Observaciones 3

Hablar en alto para que sea el tono el que guíe al pensamiento al lugar preciso, donde se junta la emoción y el verbo. Hablar contigo primero. Escribir es eso. Pero no entiende con los pensamientos, porque entiende sin ellos. Relacionamos entender con el lenguaje, aunque entender no tiene nombre. En casa tenemos un cuadro en el que vivimos. La ventana es el trozo de calle que te corresponde.

Teorías personales 11

El diálogo interno es verbal, pero solitario. No se accede a la memoria solo con palabras. Elige cuidadosamente el recuerdo que va a pisar. Camina como si paseara por un territorio conocido. Las personas puente reciben de ambos lados, las mensajeras también. Para adueñarse de su cabeza, escribe. Escribe para apropiarse de sí.