Ponemos patas arriba la cocina. Buscamos un refugio entre las baldosas, debajo de la mesa, en la alacena. Somos pequeños y todavía no sabemos que el único refugio es la intempérie.
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Cuando llegue el día que no necesite decir lo buena que es, ni valorar cuánto le quieren, el día que nadie venga detrás limpiando las huellas. Cuando llegue ese día, al volver a casa se encontrará sentada, digiriendo en su entrecejo esta idea para sobrevivir. Para ése día, que podría ser hoy, se habrán disuelto las expectativas y el miedo, entonces todo quedará reducido a esta espera de la nada. Mientras tanto, sigue atenta.
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El ladrido de un perro hace más profundo el silencio.
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