Foto SP Entra en la Chiesa Nuova el lunes diecisiete de enero después de hacer la compra y el desayuno calentándole el estómago. Entra con normalidad, casi como de costumbre, como si no fuera la primera vez, con impaciencia y desgana. Como alguien a quien el arte sacro no le hace ni cosquillas, como si la belleza y la ostentosidad para la que fue diseñada esta arquitectura religiosa le resultara indiferente. A pesar de eso entra con cautela, dando pequeños pasos sobre el mármol húmedo y con la extraña sensación de haber llegado a tiempo, de no haberse retrasado ni un minuto. Y en la grandiosidad del espacio que pretende impresionarle, que quiere convencerle de que la fe es necesaria, de que la emoción que provocan sus frescos está medida, de que la luz que entra por las inaccesibles ventanas y enciende las cúpulas está calculada, es cuando comprende que el insignificante hecho de su visita lo justifica todo.